Desde adentro: Quito Trail by UTMB

15

August

Desde adentro: Quito Trail by UTMB

Equipo Ecuadoruns

Hace más de un año, el día que me enteré que ese sueño se iba a hacer realidad y que Quito Trail empezaba a tomar forma, sentí cosquillas en la panza como cuando uno se enamora por primera vez.

Autor: Joaquín López

Mi historia con UTMB empieza muy parecida a la de todos. Alguien, alguna vez, me enseñó un video de la partida de la mítica carrera que da la vuelta al Mont Blanc. Desde ese día empecé a soñar en pararme junto a más de 3000 personas en la plaza de Chamonix para enfrentarme a la carrera más grande e importante del mundo del Trail.

Ese sueño se cumplió repetidas veces, pero la tortilla se dio la vuelta. Al anunciarse la serie de carreras UTMB World Series, empecé a soñar con correr en casa un carrera UTMB. Me ponía la piel de gallina pensar en compartir esta experiencia junto a toda la comunidad ecuatoriana. De alguna forma, quería que la gente pudiera sentir lo que yo he vivido en Chamonix, Francia.

Hace más de un año, el día que me enteré que ese sueño se iba a hacer realidad y que Quito Trail empezaba a tomar forma, no es chiste, sentí cosquillas en la panza como cuando uno se enamora por primera vez. Una mezcla de nervios y una emoción descontrolada. 

El año pasó volando, y entre una cosa y otra estamos el día antes de la carrera a las 6am parados en el stand de Ecuadoruns en el convento de San Francisco como escenario del Ultra Trail Village, listos para aportar en lo que podamos a todos los corredores. No les voy a mentir, fue un día agotador. Pero sinceramente, no hubiera querido estar en ningún otro lado. Estoy seguro de que el aporte emocional de sentir que puedo contribuir en algo a la comunidad, es mucho más grande que el aporte físico de estar en mi casa con los pies levantados descansando. 

Al día siguiente a las 7:55am después de unas pocas horas de sueño, estoy parado en la partida de los 50km de la Quito Trail by UTMB. Probablemente no somos ni el 10% de corredores de los que hay bajo el arco de la UTMB en Chamonix, pero en esa plaza pequeñita de Lloa la energía es exactamente la misma. La tensión que se siente es indescriptible. Una mezcla de nervios, angustia, emoción y adrenalina que crea un ambiente y una vibra muy única y especial. Tengo que respirar profundo para no llorar. No puede ser que ni empiece la carrera y yo ya esté tan sensible. En los segundos antes de partir me prometo a mi mismo disfrutar del día y vivir la experiencia al máximo, no me importa nada más. Que sea lo que tenga que ser. 

Salí con plena convicción de poner un ritmo fuerte como para marcar territorio, pero sin excederme demasiado. Se venían 18km de un terreno que no es mi fuerte, con puro plano corrible y bajadas rápidas. Lo tengo bien claro, si llego al km 18 en la punta o cerca de la punta, estoy del otro lado. En la subida estoy seguro que me defiendo bien. Llegamos al km 10, vengo adelante marcando el ritmo en la bajada. Veo mi reloj —3:40 el km, nada mal— aunque un poco más rápido de lo que quisiera pues tengo claro que esto recién empieza. De pronto, a mi derecha escucho unos pasos más rápidos que los míos. Como a poste, Luis, el Chileno, me pasa hecho una bala. En cuestión de segundos me saca una buena ventaja y atrás de él, Edson, el Colombiano, trata de reaccionar y acelera. Veo mi reloj, ya estoy a 3:20 el km y al parecer los dos se distancian cada vez más. 

Suéltate - relájate, suéltate - relájate - empiezo a repetir en mi cabeza para tratar de mejorar la técnica, algo que he venido trabajando los últimos meses para fluir mejor en las bajadas. Para mi buena suerte, antes de llegar al avituallamiento en Las Palmas, km 18, nos encontramos con una súbdita que me deja alcanzar a Luis y Edson. Llegamos los 3 juntos. Concentrado, recargar agua, mojarse la cabeza, botar basura. No estoy ni terminando de llenar los bidones cuando veo a Edson salir mientras que Luis a mi lado se saca el chaleco, parece que se va a tomar más tiempo. En 30 segundos estoy listo y salgo tras Edson.

Ahora sí, se terminó mi pesadilla, se viene lo mío. En esta cuesta nadie me gana. Salgo fuerte y convencido de que en pocos minutos estaré nuevamente con Edson. Pasa el tiempo, pasan los kilómetros, cada vez aprieto más y Edson brilla por su ausencia. ¿En verdad será que salió? Tal vez sí salió pero paró en el baño. Tal vez ví mal y fue un voluntario el que salió corriendo. Sí, debe ser eso, seguro estoy primero. No puede ser que apretando así no logre ni verle. No puedo pensar en nada más, mi mente está super alterada y siento el corazón en la boca del esfuerzo. Comenzamos a pasar a corredores y corredoras de la distancia de 80km, mientras les voy pasando se me ocurre preguntarles.

—¿Tal vez les pasó alguien así medio rápido como yo? 

—Sí - pero ya hace un buen rato…

—No - vas primero, dale Joaquín, nos inspiras … 

—Sí - Aquicito nomás, ya le coges…

—No - ¡Que va!, quien te va a ganar a ti…
 

¿Y ahora? ¿A quién creo? Qué confusión. Si antes mi cabeza estaba a mil, ahora está peor. Ya nada, me voy a concentrar en lo mio. Si Edson está adelante que sea lo que tenga que ser, si estoy primero a seguir subiendo así que vengo fuerte y me siento bien. 

Los kilómetros pasan rápido. Sé que son aproximadamente 7km de sendero y acabo de pasar el km5, cuando en eso levanto la cabeza y veo de reojo a lo lejos: gorra verde fosforescente. Ahí estás Edson, ¡qué fuerte! Mi intuición me decía que no podía estar delante mío, ¡no jodas! Y además viene sin bastones, ¡me jodí! Si este man sube esta cuesta sin bastones, y ya se que baja mejor que yo…¡me va a ganar!

Es ahora o nunca. Respiro profundo, gel con cafeína, mente positiva: ES AHORA O NUNCA. Si no defino la carrera en esta subida, la veo complicada. Bajo la cabeza, y a bastonear duro. Paso a Edson sin siquiera ver atrás, poco a poco siento que me distancio. Mientras paso a gente de los 80km lo único que puedo decir es: “¿Qué tal? ¿Todo bien?” Me responden frases completas y en mi mente les respondo con una conversación extensa, pero mi cuerpo me da solo para decir nuevamente “¿Qué tal? ¿Todo bien?”, como disco rayado. Por ahí en mis estudios he leído que uno puede saber que está en sus zonas altas de ritmo cardíaco cuando no puede hacer ni una operación matemática simple. Bueno, confirmado, ahí estoy, apretando y sufriendo justamente de esa manera. Por fin se acaba la cuesta, me permito ver atrás, no hay nadie. ¡VAMOS! Ahora sí, a bajar. 

Voy bajando bien, podría ir mejor, pero voy bien. El calor está bravo y no hay sombra alguna. Trato de moverme ágil, consciente de que falta poco para mojarme entero en Chirinchos, el punto de avituallamiento en el km 33. Llego un poco mareado y bajo de energía, apenas me acerco ya tengo a dos voluntarios conmigo.

—¿Qué necesitas? - Me pregunta uno
—En un flask hidratante y en el otro agua porfa.

Le entrego los bidones y me acerco a la fruta. Jorobado, casi con la cabeza en la bandeja, empiezo a devorar sandías, un pedazo tras otro, no puedo parar. En esas, tomo conciencia del completo silencio a mi alrededor, tanto que se siente raro. Levanto la mirada para caer en cuenta que estoy rodeado de personas, todos voluntarios, viendo detenidamente todo lo que hago con absoluta concentración. En mi mente, nuevamente genero una conversación extensa con ellos. Les explico que tuve que darlo todo para distanciarme de Edson en la subida y que en la bajada no hay una sola hp sombra y que seguramente Edson está a punto de alcanzarme. A pesar de todo esto, lo único que logro decir en alto, ya se pueden imaginar qué es: “¿Qué tal? ¿Todo bien?” Como que esto de las neuronas fatigadas es un problema, al parecer mi vocabulario ahora se redujo a cuatro simples palabras. Todos se gozan y empiezan a darme ánimos, recordándome que tengo que salir de ahí. Me mojo la cabeza con agua para bajar la temperatura corporal y nos fuimos. Salgo agradeciendo a todos por su amabilidad.

Chirinchos es una cascada enorme, seguramente uno de los puntos más lindos de la ruta. Me encantaría decirles que paré un momento a apreciar la vista, agradecer por estar ahí, por la oportunidad, agradecer a la vida, mi cuerpo, mi salud… en fin, todo lo que uno lee en el típico post de redes. La verdad es que mis fuerzas no fueron suficientes ni para levantar la vista, suficiente trabajo tenía con la concentración necesaria para saltar piedras y pasar por palos resbaladizos para no caerme al agua. Este era un loop pequeño que no me tomó más de 5 minutos completar. Al salir del loop, de reojo veo nuevamente el avituallamiento y ahí, resaltando en el paisaje, GORRA VERDE FOSFORECENTE. Esto no está ni cerca a definirse, está claro que hoy vamos a sufrir, pero este primer lugar, en mi país, no me quita nadie. Gel de cafeína y a apretar los dientes.

De los siguientes kilómetros no tengo mucho que contar, fue una linda visita a la pain cave. Calor, cansancio, sufrimiento, mareo, pasan 30 minutos, me tomo un gel, y así repetidas veces y en secuencia. Por lo menos voy consciente de que, a pesar de estar bien golpeado, no hay manera que el resto no lo esté, esto es duro para todos. Llego a la base de la famosa cuesta a Cruz Loma, subida denominada “la pared” por su incomprensible inclinación. En la entrada encuentro nada más y nada menos que un grifo de agua. Divino tesoro. Me mojo la cabeza, saco bastones y emprendo camino hacia arriba. Decido no mirar atrás hasta no llegar a la cima, quiero concentrarme plenamente en dar mi mejor esfuerzo, sin interrupciones físicas ni mentales. Subo negociando con calambres, pero subo relativamente bien para el estado deplorable en el que cualquier corredor puede estar en la mítica “pared”. Llego al tope, miro atrás y veo varias personas pero no veo ninguna gorrita verde fosforescente, ¡vamos!

Túneles que parecen trincheras de guerra nos cubren por un momento del sol directo, pero la felicidad dura poco, estamos nuevamente calcinados por el sol trotando rumbo a Cruz Loma. No sé si es porque ya se ve Quito muy cerca, o porque miro atrás y me motivo al verme primero faltando poco, o simplemente porque ya quiero llegar, pero como que me viene un segundo aire y puedo trotar y moverme mejor que hace horas. Pero así, como la felicidad de la sombra en los túneles duró poco, este segundo aire de fuerzas también. Nuevamente la secuencia de calor, cansancio, sufrimiento, mareo, toma su lugar con fuerza. 

Llego a Cruz Loma, último avituallamiento antes del descenso final a meta, y en cuestión de segundos dos voluntarios de la organización ya me han quitado los bidones y llenado de líquidos. No sé ni que dije, ni exactamente qué pasó, pero para cuando hago consciencia ya estoy corriendo para abajo, mojado la cabeza y todo. María, mi esposa, que me hace asistencia en todas las carreras grandes de Europa, siempre me dice que cuando estoy corriendo estoy como en otro planeta, como medio ido. Qué les puedo decir, quizás mis neuronas fatigadas no dan para más que para decir “¿qué tal? ¿todo bien?” o es que quizás ese es mi estado de hyperfocus, mi superpoder que me permite exprimirme tanto en carreras y no gastar energía en absolutamente nada que no sea lo importante: dar un paso al frente del otro lo más rápido posible.

Mientras voy bajando me permito sentir todas las emociones, desde los dolores musculares hasta el nudito en la garganta y las ganas de soltar una lágrima. Mientras voy entrando a la ciudad bajo feliz y confiado, sé que nadie me quita este sueño. He visualizado por mucho tiempo la recta final por el centro histórico de Quito, pero la realidad supera mis expectativas. Mi mente graba dos momentos específicos mientras corro y veo a los costados: una peluquería repleta en pleno funcionamiento con unos peluqueros aplaudiendo y otros atendiendo clientes. Y la otra, una cuadra antes de llegar a meta, un grupo de niños con banderas del Ecuador, carteles, pitos y campanas haciendo barras. No puedo parar de reír y sonreír mientras voy entrando a la plaza San Francisco de Quito, decorada con una alfombra azul que traza el camino al arco de llegada. Cruzo la meta y veo a mi familia. No sé en cuántas carreras he pensado lo lindo que sería compartir con mi familia una llegada. Que suerte la mía tenerles ahí y que ellos puedan sentir en persona un poco de lo que muchos años les he tenido que contar a través de fotos y videos. Estos recuerdos serán difíciles de superar.

Así como mi historia, estoy seguro que hay 2900 más, todas llenas de aventuras, anécdotas y memorias que quedarán para toda la vida. Está comunidad de corredores Ecuatorianos tan apasionados se merecía esto, se merecía cumplir este sueño junto a sus familias, en la capital de su país, en la plaza más emblemática de la ciudad. Gracias por hacerlo realidad, Quito Trail.

Cuento los días para Agosto 2025.